SOBRE MÍ

La adolescente que escribía historias

En el verano de mis 9 años me diagnosticaron hepatitis. Llevaba una temporada cansada y sin ganas de hacer nada, algo inusual en mí, de temperamento inquieto y nervioso. Reconozco no tener un recuerdo concreto de lo que pensé, pero sí recuerdo la pasión de aquellos días, con varias libretas en las que escribía sin parar.

Todas eran historias de verano, una tras otra. Todas las historias que no iba a poder vivir desde mi cuarto. Las recuerdo con muchísimo cariño, porque eran mi visión de la vida en aquel momento, tan llena de ternura y expectativas. Ese mundo en el que todos los problemas tienen solución, y ésta se consigue gracias al apoyo de los amigos.


Adolescente escribiendo a mano en diario sobre sus piernas
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Se parecían todas mucho, siempre nos encontrábamos con un grupo de amigos compacto y variado. Aparecían todos los roles: el chico guapo, el torpe, la amiga de la protagonista, siempre dispuesta a ayudar, la amiga envidiosa y, por supuesto, esa joven fuerte y valiente, normal en apariencia, pero extraordinaria en su temperamento y comprensión.
En todas aquellas historias ocurría algo terrible: un accidente de tráfico, alguno de los protagonistas perdido en una acampada, alguno perdía su hogar...
Lo más preciado de aquellos días era la composición de la historia. Todos los detalles, el mimo con el que escogía no sólo los nombres de los protagonistas (cuyas infinitas posibilidades guardaba en una libreta), sino los bolígrafos que utilizaba para escribir, y el diseño de la portada, que probaba una y otra vez con pinturas hasta que encajaba con lo que quería transmitir.

Adolescente sentada en suelo de madera rodeada de libros
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Aquel verano pasó mucho más rápido de lo esperado, y recuerdo la poca ilusión que me hizo el alta médica, con la recomendación de salir de casa y dar paseos en el exterior.

Mantuve durante bastantes años la costumbre de escribir historias… hasta que un día, hacia los 15 o 16 años, decidí que sería terrible que alguien encontrara todo aquello y lo leyera. Recuerdo la caja de metal donde guardaba todos aquellos relatos, tantas veces releídos por mí. Supongo también que estaba creciendo, y aquello me pareció tan infantil y vergonzante… que lo metí en una bolsa y lo tiré en el contenedor cercano a casa.

Así, sin remedio, sin que entonces hubiera posibilidad de una copia de seguridad… Con el paso del tiempo comprendo perfectamente el sentimiento de pudor que me invadió, pero muchos días no puedo sino recordar aquellos escritos (bueno, poco a poco soy consciente de estar olvidando detalles de ellos), y lo bueno que sería hablarle a mi yo adolescente.