SYLVIA PLATH

fragmentos, poemas y más

LA CAMPANA DE CRISTAL (1.963)

Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese árbol de higos, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras yo estaba allí sentada, incapaz de decidirme, los higos empezaron a arrugarse y a tornarse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies.

«Así que empecé a pensar que tal vez fuera cierto que casarse y tener niños equivalía a someterse a un lavado de cerebro, y después una iba por ahí idiotizada como un esclava en un estado totalitario privado»

"La enfermedad me iba envolviendo como grandes olas. Después que cada ola se desvanecía y alejaba, me dejaba mustia y sin vida como una hoja húmeda y con escalofríos en todo el cuerpo y, luego sentía que me levantaba nuevamente, y los azulejos de la cámara de tortura de un blanco brillante bajo mis pies y sobre mi cabeza y en los cuatro lados me cercaba y me estrujaba dejándome hecha pedazos".

«El silencio me deprimía. No era realmente el silencio. Era mi propio silencio. Sabía perfectamente que los coches hacían ruido y la gente que iba dentro de ellos y la que estaba detrás de las ventanas iluminadas de los edificios hacían ruido, y el ruido hacía ruido, pero yo no oía nada. »
Q

uizá cuando nos encontramos deseando todo, es porque estamos peligrosamente cerca de no desear nada.

3 MUJERES

Escrito para ser recitado, este emocionante poema a 3 voces explora acerca de la experiencia de la maternidad bajo 3 vivencias diferentes: desde la mujer que sufre por no serlo, la que lo es a su pesar y la que desea serlo. Presente, pasado y futuro. 3 mujeres: la que sufre un aborto, la que tiene un hijo no deseado y la que con plenitud tiene un hijo deseado.

7 POEMAS IMPRESCINDIBLES

SOY VERTICAL

Pero preferiría ser horizontal.
Yo no soy el árbol con mi raíz en el suelo
Chupando minerales y amor materno
Así a cada marzo podría resplandecer en cada hoja,
Ni soy la belleza de un cantero
Atrayendo una estupenda porción pintada de Ahs,
Desconociendo que pronto puede que esté sin pétalos.
Comparado a mí, un árbol es inmortal
Y una corola no muy alta, pero más asombrosa,
Y yo quiero esa longevidad y aquella bravura.

Esta noche, en la infinitesimal luz de las estrellas,
Los árboles y las flores siguen propagando sus dulces olores.
Yo los he recorrido, pero ninguno lo ha reconocido.
A veces pienso que cuando estoy durmiendo
Seguro que debo parecerme a ellos-
Nociones evanesciendo.
Estar acostada me suena más natural.
Así que el cielo y yo mantenemos una charla,
Y eso será útil cuando yo duerma en fin:
Así que los árboles deberán tocarme por una vez,

y las flores tendrán tiempo para mí.

 

CRUZANDO EL OCÉANO (1.971)

OLMO

Conozco el fondo, dice. Lo conozco con mi gran raíz primaria:
es lo que temes.
No lo temo: he estado ahí.

¿Es el mar lo que oyes en mí,
sus insatisfacciones?
¿O la voz de nada, que era tu locura?

El amor es una sombra.
Cómo mientes y lloras a su paso…
Escucha, estos son sus cascos: se ha marchado, como un caballo.

Toda la noche la pasaré así, galopando impetuosamente
hasta que tu cabeza se vuelva piedra, tu almohada un pequeño césped,
sonando, resonando.

¿O prefieres que traiga el sonido de los venenos?
Esto de ahora es lluvia, esta gran quietud.
Y este su fruto: blanco estañado, como arsénico.

He sufrido la atrocidad de los atardeceres.
Quemados hasta la raíz,
mis rojos filamentos arden y se revuelven, un manojo de alambres.

Ahora estallo en pedazos que vuelan como mazas.
Un viento tan furioso
no tolera la calma del testigo: debo aullar.

También la luna es despiadada: estéril,
me arrastraría con crueldad.
Su resplandor me daña. O es que tal vez la he capturado.

La dejo ir. La dejo marcharse
mermada y deslucida, como después de una mastectomía.
Cómo tus pesadillas me poseen y me proveen.

Me habita un grito.
Cada noche levanta el vuelo y aletea
buscando, con sus garfios, algo que amar.

Me horroriza esto oscuro
que duerme en mí;
todo el día siento su girar suave, emplumado, su malignidad.

Las nubes pasan y se esfuman.
¿Serán ellas los rostros del amor, esas pálidas irrecuperables?
¿Por ellas alboroto el corazón?

Soy incapaz de más conocimiento.
¿Qué es esto, este rostro
tan asesino con su ramaje asfixiante?…

Sus serpentinos ácidos sisean.
Petrifica la voluntad. Así las lentas, las aisladas faltas
que matan, matan, matan.

ARIEL (1.965)

CARTA DE AMOR

No es fácil expresar lo que has cambiado.
Si ahora estoy viva entonces muerta he estado,
aunque, como una piedra, sin saberlo,
quieta en mi sitio, mi hábito siguiendo.
No me moviste un ápice, tampoco
me dejaste hacia el cielo alzar los ojos
en paz, sin esperanza, por supuesto,
de asir los astros o el azul con ellos.

No fue eso. Dormí: una serpiente
como una roca entre las rocas hiende
el intervalo del invierno blanco,
cual mis vecinos, nunca disfrutando
del millón de mejillas cinceladas
que a cada instante para fundir se alzan
las mías de basalto. Como ángeles
que lloran por la gente tonta hacen
lágrimas que se congelan. Los muertos
tenían yelmos helados. No les creo.

Me dormí como un dedo curvo yace.
Lo primero que vi fue puro aire
y gotas que se alzaban de un rocío
límpidas como espíritus. y miro
densas y mudas piedras en tomo a mí,
sin comprender. Reluzco y me deshojo
como mica que a sí misma se escancie,
igual que un líquido entre patas de ave,
entre tallos de planta. Mas no pienses
que me engañaste, eras transparente.

Árbol y piedra nítidos, sin sombras.
Mi dedo, cual cristal de luz sonora.
Yo florecía como rama en marzo:
una pierna y un brazo y otro brazo.
De piedra a nube iba yo ascendiendo.
A una especie de dios ya me asemejo,
hiende el aire la veste de mi alma
cual pura hoja de hielo. Es una dádiva.

Traducción de Jesús Pardo

LADY LAZARUS

Lo he hecho otra vez.
Un año en cada diez
Lo consigo——

Una especie de milagro andante, mi piel
Brillante como la pantalla de una lámpara nazi
Mi pie derecho

Un pisapapeles,
Mi rostro un fino lino judío,
Sin rasgos.

Pélame de este paño
Oh mi enemigo.
¿Te aterrorizo?——

¿La nariz, las cuencas de los ojos, las dos hileras de dientes?
Este aliento agriado
Se desvanecerá en un día.
Pronto, pronto la carne
Devorada por el sepulcro severo estará
De nuevo acomodada en mí

Y por eso soy una mujer sonriente.
Solamente tengo treinta años
Y como el gato tengo siete veces para morir.

Ésta es la Número Tres.
Qué basura
El aniquilar cada década.

Qué infinidad de filamentos.
La multitud comedora de maní
Se empuja para verlos

Desenvolver mis manos y pies——
El gran desnudo.
Caballeros, damas

Éstas son mis manos
Mis rodillas.
Quizás yo sea carne y hueso,

Sin embargo soy la misma, idéntica mujer.
La primera vez que sucedió yo tenía diez años.
Fue un accidente.

La segunda vez estaba decidida
A durar hasta el final y no regresar nunca.
Meciéndome me cerré

Como una concha de mar.
Tuvieron que llamarme y llamarme
Y quitarme los gusanos de encima como perlas viscosas.

Morir
Es un arte, como todo lo demás.
Yo lo hago excepcionalmente bien.

Yo lo hago de manera tal que se sienta infernal.
Yo lo hago para que se sienta real.
Supongo que podrían decir que tengo una vocación.

Es tan fácil como para hacerlo en una celda.
Es tan fácil como para hacerlo y quedarse quieto.
Es el teatral

Regreso a plena luz del día
Al mismo lugar, la misma cara, el mismo grito
Salvaje y entretenido:

‘¡Un milagro!’
Lo que me trastorna.
Hay un precio

Por mirar mis cicatrices, hay un precio
Por escuchar mi corazón
Que realmente avanza.

Y hay un precio, un muy alto precio
Por una palabra o un toque
O un poco de sangre

O un pedazo de mi ropa o un mechón de mi cabello.
Entonces, Herr Doktor.
Entonces, Herr Enemigo.

Yo soy tu opus,
Yo soy tu joya,
El puro bebé de oro

Que se derrite hasta un chillido.
Yo me vuelvo y me quemo.
No pienses que menosprecio tu gran preocupación.

Cenizas, cenizas——
Tú atizas y hurgas.
Carne, hueso, no hay nada allí——

Una barra de jabón,
Un anillo de bodas,
Un empaste de oro.

Herr Dios, Herr Lucifer
Cuidado
Cuidado.

De entre las cenizas
Me elevo con mi cabello rojo
Y devoro hombres como al aire.

 

ARIEL (1.965)

TULIPANES

Los tulipanes son demasiado susceptibles, y aquí estamos en invierno.
Mira qué blanco está todo, qué nevado, qué apacible.
Estoy aprendiendo a estar en paz, yaciendo sola, tranquila
Como la luz sobre estas paredes blancas, esta cama, estas manos.
No soy nadie; no tengo nada que ver con ningún tipo de explosión.
He entregado mi nombre y mi ropa de diario a las enfermeras,
Mi historia al anestesista, y mi cuerpo a los cirujanos.

Y aquí estoy, con la cabeza suspendida entre la almohada y el embozo,
Como un ojo entre dos párpados blancos que no quieren cerrarse.
Estúpida pupila, siempre tiene que captarlo todo.
Las enfermeras pasan una y otra vez, sin molestar,
Igual que pasan las gaviotas volando tierra adentro, con sus cofias blancas,
Las manos ocupadas, la una idéntica a la otra,
Por lo que resulta imposible decir cuántas hay.

Mi cuerpo es un guijarro para ellas, que lo cuidan como el agua
Cuida los cantos sobre los que ha de fluir, puliéndolos suavemente.
Ellas me traen el sopor con sus brillantes agujas, me traen el sueño.
Ahora que me he perdido a mí misma, estoy harta de equipajes:
Mi neceser de charol, como un pastillero negro;
Mi marido y mi hija sonriéndome desde la foto de familia.
Sus sonrisas se aferran a mi piel como pequeños anzuelos sonrientes.

He dejado fluir las cosas, yo, carguero de treinta años,
Obstinadamente amarrada a mi nombre y mi dirección.
Aquí me han restregado bien, hasta dejarme limpia de asociaciones afectivas.
Asustada y desnuda en la camilla de plástico verde, almohadillada,
Veía cómo mi juego de té, mis aparadores, mis libros
Se hundían hasta perderse de vista, mientras el agua me iba llegando al cuello.
Ahora soy una monja, nunca he sido tan pura.

No quería flores, tan sólo yacer
Con las palmas de las manos vueltas hacia arriba, completamente vacía.
Ah, y no sabes hasta qué punto resulta liberador:
Sientes una paz tan grande que te aturde, y sin exigir nada
A cambio, salvo una etiqueta con tu nombre, unas cuantas naderías.
Eso es lo que consiguen los muertos, al final; me los imagino
Cerrando su boca sobre ella, como si fuera una hostia consagrada.

Los tulipanes, para empezar, son demasiado rojos, me lastiman.
Incluso a través del papel de regalo podía oírlos respirar
Ligeramente, a través de sus pañales blancos, como un bebé malísimo.
Su rojo intenso le habla a mi herida, se corresponde con ella.
Son de lo más sutiles: parecen flotar, aunque a mí su peso me hunde,
Perturbándome con sus súbitas lenguas y su color,
Una docena de rojas plomadas alrededor de mi cuello.

Nadie me observaba antes, ahora me siento observada.
Los tulipanes se vuelven hacia mí y la ventana que tengo detrás,
En la que la luz, una vez al día, lentamente se va abriendo y cerrando;
Y hasta yo me veo a mí misma plana, ridícula, una sombra de papel recortado
Entre el ojo del sol y los ojos de los tulipanes,
Aunque ya no tengo cara, pues quise borrarme del todo.
Los vividos tulipanes devoran mi oxígeno.

Antes de su llegada, el aire era bastante calmo,
Iba y venía, bocanada a bocanada, sin la menor agitación.
Pero luego los tulipanes lo saturaron de su estruendo,
Y ahora el aire se traba y se arremolina alrededor de ellos,
Igual que lo hace un río alrededor de una máquina hundida, rojo óxido.
Los tulipanes captan toda mi atención, que antes se regocijaba
Jugando y descansando, sin obligarse a nada.

También las paredes parecen avivarse. Habría que encerrar
A los tulipanes tras unos barrotes, como animales peligrosos;
Ya están empezando a abrirse, como la boca de un gran felino africano.
Y lo mismo hace mi corazón: noto cómo abre y cierra,
De puro amor por mí, su cuenco de rojas floraciones.
El agua que bebo está caliente y salada, como el mar,
Y proviene de un país lejano como la salud.

 

ARIEL (1.965)

UNA VIDA

Tócala: no se encogerá como pupila
esta rareza oviforme, clara como una lágrima.
He aquí ayer, el año pasado: palmiforme lanza,
azucena, como flora distinta
de un tapiz en la quieta urdimbre vasta.

Toca este vaso con los dedos: sonará
como campana china al mínimo temblor del aire
aunque nadie lo note o se anime a contestar.
Los indígenas, como el corcho graves,
todos ocupadísimos para siempre jamás.

A sus pies las olas, en fila india,
no reventando nunca de irritación, se inclinan:
en el aire se atascan,
frenan, caracolean como caballos en plaza de armas.
Las nubes enarboladas y orondas, encima.

Como almohadones victorianos. Esta familia
de rostros habituales, a un coleccionista,
por auténtica, como porcelana buena, gustaría.

En otros lugares el paisaje es más franco.
Las luces mueren súbitas, cegadoramente.

Una mujer arrastra, circular, su sombra, de un calvo
platillo de hospital en torno, parece
la luna o una cuartilla de papel intacto.
Se diría que ha sufrido una particular guerra relámpago.
Vive silente.

Y sin vínculos, cual feto en frasco, la casa
anticuada, el mar, plano como una postal,
que una dimensión de más le impide penetrar.
Dolor y cólera neutralizadas,
ahora dejad la en paz.

El porvenir es una gaviota gris, charla
con voz felina de adioses, partida.
Edad y miedo, como enfermeras, la cuidan,
y un ahogado, quejándose del frío, se agazapa
saliendo a la orilla.

DADDY

No me sirves, no me sirves,

ya no me sirves, zapato negro,

en el cual he vivido como un pie

durante treinta años, pobre y blanca,

sin atreverme apenas a respirar o a hacer achís.

Papaíto: he tenido que matarte.

Te moriste antes de que me diera tiempo…

Pesado como el mármol, bolsa llena de Dios,

lívida estatua con un dedo del pie gris,

del tamaño de una foca de San Francisco

y una cabeza en el Atlántico extravagante

donde se derrama el verde habichuela sobre el azul

en aguas de la hermosa playa de Nauset.

Rezaba para recuperarte.

Ach, du.

En la lengua alemana, en la localidad polaca

apisonada por el rodillo

de guerras y más guerras.

Pero el nombre del pueblo es corriente.

Mi amigo el polaco

dice que hay un par de docenas.

De modo que nunca supe distinguir

dónde pusiste el pie, pusiste tu raíz:

nunca te pude hablar.

La lengua se me enganchaba en la mandíbula.

Se me enganchaba en un cepo de alambre de púas.

Ich, ich, ich, ich,

apenas conseguía hablar.

Creía verte en todos los alemanes.

Y el lenguaje grosero,

una locomotora, una locomotora

que me apartaba con su silbato, como a un judío.

Un judío camino de Dachau, de Auschwitz, de Belsen.

Empecé a hablar como los judíos.

Creo que bien podría ser judía yo misma.

Las nieves del Tirol, la clara cerveza de Viena,

no son ni muy puras ni muy auténticas.

Con mi abuela gitana y mi suerte rara

y mis naipes de Tarot, y mis naipes de Tarot,

podría ser algo judía.

Siempre te tuve miedo,

con tu Luftwaffe, tu jerigonza

y tu bigote recortado

y tus ojos arios, azul brillante.

Hombre-panzer, hombre-panzer: oh Tú…

No Dios, sino una esvástica

tan negra, que por ella no hay cielo que se cuele.

Toda mujer adora a un fascista,

con la bota en la cara, el bruto,

el bruto corazón de un bruto como tú.

Estás de pie junto a la pizarra, papaíto,

en el retrato tuyo que tengo,

con la barbilla hendida en vez del pie,

pero no por ello menos diablo, no,

no menos el hombre negro que

me partió de un mordisco el bonito corazón en dos.

Tenía yo diez años cuando te enterraron.

A los veinte traté de morir

para volver, volver, volver contigo.

Supuse que con los huesos bastaría.

Pero me sacaron de la tumba

y me recompusieron con pegamento.

Y entonces supe lo que había que hacer.

Saqué de ti un modelo,

un hombre de negro con aire de Meinkampf,

e inclinación al potro y al garrote.

Y dije sí quiero, sí quiero.

De modo, papaíto, que por fin he terminado.

El teléfono negro está desconectado de raíz,

las voces no logran meterse como gusanos.

Si he matado a un hombre, maté a dos:

el vampiro que dijo ser tú

y se me estuvo bebiendo la sangre durante un año,

siete años, si quieres saberlo.

Ya puedes acostarte a descansar, papaíto.

Hay una estaca en tu negro y grasiento corazón,

y a la gente del pueblo nunca le gustaste.

Bailan y patalean encima de ti.

Siempre supieron que eras tú.

Papaíto, papaíto, hijoputa, ya he terminado.

 

Traducido por Ramón Buenaventura

BIBLIOGRAFÍA
Imagen en blanco y negro de Anne Sexton sonriente y con vestido blanco