Cuando las musas llegan.
Soy de esas personas lentas en el despertar. Necesito al menos una hora para que mi mente sea funcionalmente operativa. Un café, mucha tranquilidad y silencio, tal vez algo de música después de la ducha, o algún podcast (se han convertido muy rápidamente en una nueva forma de vida para mí.
Hay muchos días, la mayoría, en los que no ocurre nada, y donde digo nada, es nada. Días caprichosos en los que pareciera que ya no tenemos nada que decir(nos).
Quiero centrarme en un solo pensamiento, pero es como si se bifurcaran, como si cada uno de ellos me llevara a otro par y estos a otros tantos.
Mataría porque ese momento durara siempre.
Me divierte tanto la chiflada en la que me convierto. Me da igual coger un sobre y escribir en cualquier esquina un extracto de la idea. O da igual, coger el teléfono móvil y comenzara a hablarle como si mi vida terminara hoy. Luego me cuesta dar una forma coherente a tanto ímpetu, enlazar todo ese momento emocionante de una manera lógica. ¿Por qué me produce esa intensa felicidad, escribir, crear? Es un sentimiento genuino y pleno, donde me siento tan yo misma que muero del placer. Como una corriente electrificada que va de nuestro cerebro a nuestras manos. Difícilmente se me ocurre mejor terapia para miedos y fantasmas que ese momento de creación.